jueves, 27 de marzo de 2014

"¿Somos cultura o somos genética?"

Los niños ferales y los mitos alrededor de ellos  han fascinado y horrorizado al hombre desde tiempos remotos. Ya en la mitología griega podemos encontrar casos, por ejemplo Rómulo y Remo, los míticos fundadores de Roma, criados y amamantados por una loba como animales salvajes. También una de las varias versiones que narran la infancia de Zeus cuenta que éste fue dejado por su madre Rhea en una cueva para evitar que su padre lo devorara y ahí, en la oscuridad de esa cueva, fue criado por la cabra llamada Amalthea.
Un niño feral (en inglés, wild child) es aquel que ha crecido lejos de la sociedad humana y de sus convenciones. Las razones por las cuales un niño crece en estas condiciones pueden variar, ya sea porque se pierden en un lugar despoblado (hecho que sucedía con más frecuencia en la Antigüedad) o porque sus padres u otros familiares los aíslan deliberadamente. Por lo general, los niños ferales no saben hablar, desconocen cualquier tipo de regla o convención social y son incapaces de relacionarse de manera ‘normal’ de acuerdo a los cánones culturales.
Existen muchos casos documentados de niños ferales; uno de los más notables es el del pequeño niño francés Victor de Aveyron, que a finales del siglo XVIII fue encontrado por los habitantes del pequeño pueblo de Saint-Sernin-sur-Rance deambulando por los bosques cercanos. Victor había pasado la mayor parte de su vida solo en el bosque y cuando llegó a la civilización supuso un objeto de curiosidad y de estudio; incluso fue adoptado por un maestro que se dio a la tarea (nada trivial y relativamente exitosa) de reinsertar al pequeño a la sociedad. Victor de Aveyron y su historia fueron inmortalizados en 1969 por François Truffaut, en su película L’Enfant sauvage. Así también, el cineasta Werner Herzog hizo el retrato cinematográfico de otro caso de un niño feral, el de Kaspar Hauser, quien pasó los primeros años de su vida aislado en la oscuridad de una celda. Mowgli, el protagonista de El libro de la selva y Tarzán, son dos conocidos ejemplos de niños salvajes en la literatura.
En noviembre de 1970, las autoridades de Los Ángeles, California, encontraron a una pequeña niña de 13 años que había pasado la mayor parte de su vida encerrada en una habitación donde sólo había una bacinica y una cama. Esta pequeña, que fue bautizada con el pseudónimo de Genie (palabra inglesa que hace referencia a los seres fantásticos conocidos como genios), había sido aislada y maltratada por su padre y jamás había tenido contacto con el mundo exterior. Cuando fue encontrada y separada de su familia, Genie tenía 13 años, pero se veía como una niña de 7; era incapaz de hablar, no sabía jugar, escupía todo el tiempo y sus movimientos se parecían a los de un animal. El caso de Genie es uno de lo más estudiados por la ciencia moderna: la pequeña fue analizada exhaustivamente por psicólogos, psiquiatras, neurólogos, lingüistas, sociólogos y una infinidad de personas que veían en este caso una oportunidad para saber más sobre la mente y sobre el comportamiento social y psicológico de los humanos. Después de haber sido adoptada por varias familias sin éxito, Genie fue llevada a una clínica localizada en las afueras de Los Ángeles, donde vive hasta el día de hoy. Su padre se quitó la vida unos días después de que la pequeña fue descubierta por las autoridades.
Al ver los videos y fotografías de la pequeña Genie, y de casos semejantes, surgen preguntas difíciles de responder: ¿Por qué los niños ferales causan tanta curiosidad y nos pueden horrorizar al  mismo tiempo? ¿Qué es lo que estos niños reflejan del género humano? ¿Qué es lo que hace que una persona sea parte de un grupo social o se le considere civilizada? Y finalmente, ¿cuál es el efecto que tienen las sociedades y sus reglas sobre la naturaleza humana?
Los niños ferales son incapaces de adquirir un lenguaje (o al menos, son incapaces de utilizar una lengua de manera correcta y funcional), no se mueven, no sonríen, no se comunican y no crean lazos afectivos como la gente que se desarrolla dentro de una sociedad. El camino para conocer la mente y la naturaleza de los seres humanos aún no ha sido recorrido del todo. Una prueba de esto son los niños ferales y las interrogantes que surgen frente a ellos. ¿Qué es lo que hace humano a un hombre? ¿Es acaso su contacto y desarrollo dentro de una cultura o es su naturaleza genética?

¿Somos cultura o somos genética?




jueves, 20 de marzo de 2014

"¿Qué es lo más importante para que una mujer tenga un orgasmo?"


El orgasmo femenino es uno de los temas más analizados, compartidos, añorados y a la vez descuidados por nuestra cultura. Mientras que el orgasmo masculino suele ser algo mucho más conspicuo y común –dentro de una construcción sexual colectiva que por siglos fue determinada por el placer masculino–, el orgasmo femenino por momentos parece hermético y elusivo (lo es incluso en su fisiología al no exteriorizarse de manera patente). En los años recientes con la proliferación de la sexualidad como parte importante del cultura del bienestar, han surgido numerosos estudios que intentan entender por qué algunas mujeres tienen problemas para obtener orgasmos  –especialmente a través de la penetración vaginal– y qué es lo que las hace conseguirlos.

Una investigación encabezada por el Dr. Justin Lehmiller de la Universidad de Harvard con más de 13 mil mujeres heterosexuales universitarias. Los resultados del sondeo revelan que sólo el 32 % de las mujeres tienen un orgasmos en la primera relación, mientrs que el porcentaje va ascendiendo según el número de veces que se ha tenido sexo, tal que cuando se han 6 o más veces relaciones sexuales el porcentaje de orgasmos sube a 51%. Paralelamente las probabilidades de tener un orgasmo aumentan cuando la mujer tiene interés de tener una relación estable con su pareja sexual. Otros factores que incrementan la posibilidad de un orgasmo vaginal: la estimulación genital durante el coito (más con sus propias manos que con las manos de él), el sexo anal y haber recibido sexo oral antes (en ese orden).





jueves, 13 de marzo de 2014

"Todos somos pervertidos sexuales"



¿Qué constituye una perversión sexual? Esta pregunta ciertamente ha sido abordada una y otra vez a lo largo de la historia. Cada vez, la actitud social general hacia la sexualidad cambia, al igual que la respuesta. La palabra “pervertido” solía significar ateo. Pero en los últimos doscientos años ha llegado a significar desviado sexual. Es decir, alguien que tiene apetitos sexuales no ortodoxos o fuera de lo considerado “normal”.
En un nuevo libro llamado Perv: The Sexual Deviant in All of Us, de Jesse Bering, viene una meticulosa disertación de los posibles significados de la perversión en tiempos modernos. El libro es interesante, y en muy resumidas palabras, la posición de Bering es que todo es válido. Ahora, no todos los libros de divulgación científica abren con una confesión de que el autor alguna vez se masturbó con una imagen de un Neandertal, pero Bering piensa que la emoción social de la vergüenza es corrosiva y que todos debemos ser más abiertos sobre nuestros fetiches y extrañezas. En su libro incluso cita estudios que muestran que en países donde la pornografía infantil está disponible gratuitamente, las ofensas sexuales contra niños son menos frecuentes que en países donde el porno infantil no está a la mano.
Bering también relata algunos experimentos sexuales que se han llevado a cabo con animales para entender el papel de la infancia en la sexualidad adulta. En un experimento, ratas macho bebés, que mamaron de una madre que tenía esencia de limón en la tetillas, crecieron para poder ser excitadas, y por lo tanto eyacular, sólo con una rata hembra con olor a limón. En otro, cambiaron de lugar a crías recién nacidas de borregos y cabras (los borregos se fueron con la mamá cabra y viceversa). Cuando fueron adultos, los animales machos sólo mostraron interés sexual en sus especies adoptivas. Las hembras, sin embargo, estuvieron interesadas en ambos, demostrando así una fluidez de respuesta sexual que también se ha demostrado en estudios humanos.
Bering, por supuesto, ha levantado controversia. Pero sin duda hace preguntas importantes que podrían llegar a aludir a la nueva ola de cantantes pop que usan todos sus recursos para “subvertir” (aunque sea superficialmente) las normas sociales relativas al sexo (i.e. Milley Cyrus, quien serestriega contra una botarga y sugiere la masturbación en sus presentaciones, o la camiseta DIY de Rihanna, que muestra a una mujer masturbándose). O también podría llegar a invocar muchos de los impulsos eróticos que yacen en algún lugar dentro de nosotros, aunque muchas veces prefiramos que permanezcan en la oscuridad.
La construcción de la sexualidad humana es más compleja que la de las ratas al incluir un factor mental, generalmente del orden de la fantasía o una supuesta sublimación a partir del amor y la ley moral; sin embargo, a veces olvidamos que al igual que los animales los estímulos que recibimos nos programan. El trabajo de Bering sugiere que la llamada “perversión sexual” (sexo homosexual, sadomasoquismo, zoofilia, hasta la pedofilia y demás) es en realidad mucho más natural de lo que se cree —padecemos nuestros instintos culturalmente afectados por los estímulos que hemos recibido y la información genética que hemos heredado. La desviación sexual entonces podría entenderse como una “estructura del deseo” más o menos estadísticamente común, sin que genere toda la reprobación moral que suele acompañarla.  Sin duda, el tema es controversial, pero resulta evidente que antes de juzgar a las personas por sus preferencias sexuales —ya sean estas parafilias o recatadas a la moral establecida— ayudaría tener en mente que en la región del deseo la diferencia impera (no hay una forma “correcta” de desear) y que todos somos o hemos sidos pervertidos sexuales, así que mejor gozarlo (de manera legal), que reprimirlo.



martes, 11 de marzo de 2014

"¿Hizo “cuerpo de luz” George Harrison al morir?"


George Harrison, uno de los Beatles más discretos pero también más cercanos a la espiritualidad, habría “iluminado la habitación” al morir en el 2001, según su esposa Olivia Harrison. Como podemos ver en el video, parte del documental George Harrison: Living in the Material World, dirigido por Martin Scorsese, la esposa de Harrison sugiere que un fenómeno conocido como “la luz en la muerte” podría haber ocurrido al momento de su fallecimiento.

Una profunda experiencia ocurrió cuando dejó su cuerpo. Fue visible. Sólo digamos que no necesitarías haber iluminado la habitación si quisieras filmarlo. Él solo… iluminó la habitación.

Evidentemente el testimonio de una mujer que adora a su esposo no es lo más científicamente confiable, ya que existen numerosos factores que podrían haber influido en la percepción de Olivia: sus creencias religiosas, su sensibilidad psicológica al pasar por la muerte de su esposo o incluso su deseo inconsciente de ver a Harrison como un santo o una leyenda.
Harrison había escrito en su álbum All Things Must Pass, “nada en esta vida que he intentado podría igualar o superar el arte de la muerte”. Es difícil saber, pero Harrison, quien era seguidor del movimiento Hare Krishna y tuvo numerosos acercamientos con la filosofía oriental, tal vez entrenó en el arte de la muerte como puede estudiarse en el Bardo Thodol, o Libro Tibetano de la Muerte.

Existen, sin embargo, numerosos reportes de personas que aparentemente habrían despedido un brillo o generado una cierta luz al momento de morir, algo que según algunos círculos religiosos ocurre entre personas santas o que se han iluminado, y se conoce como “hacer cuerpo de luz”, la señal inconfundible de esta supuesta iluminación y trascendencia. Estas luces, para la ciencia, son entendidas como las alucinaciones propias de una susceptibilidad mental.